Pájaros
en la nariz
Autor:
Ricardo Mariño.
Se puede decir que la vida del señor Scoch
transcurría igual a la de cualquier persona, hasta que una mañana, al
levantarse, se dio cuenta de que durante la noche su nariz había crecido un
metro.
El espejo que tenía
en su casa no alcanzaba a reflejar una nariz tan larga, pero él se las ingenió
para medirla con una regla. Efectivamente, era un metro exacto de nariz que
seguro le iba a traer numerosos inconvenientes que ya podía imaginar: en lugar
de pañuelos debería usar sábanas o cortinas; en el cine estará obligado a
apoyar dicha prominencia sobre el hombro del espectador de adelante; las fotos
que se sacara de perfil deberían incluir la leyenda “sigue al dorso” y nunca
más podría besar a su esposa o viajar en colectivo sin provocar una verdadera
catástrofe. Incluso el mote de “narigón” le quedaría irremediablemente chico.
Por lo pronto,
para evitar inconvenientes, el señor Scoch decidió ir caminando hasta su
trabajo. Era locutor de una radio y por las mañanas leía a los oyentes las
noticias de todo el mundo.
Mientras
recorría la primera cuadra hacía la radio, el señor Scoch vio que una
blanquísima gaviota que volaba muy alto comenzaba a descender, daba luego
varias vueltas sobre la cabeza, hasta posársele sobre la nariz.
Era la primera vez que veía una gaviota desde
tan cerca, de modo que no le molestó que el pájaro permaneciera balanceándose
delante de sus ojos.
En la segunda
cuadra se paró también sobre la nariz del señor Scoch un pequeñísimo canario
rojo. Y en la tercera cuadra, al pasar delante de una casa, saltó desde la
ventana un loro que se ubicó al lado el canario.
Al cruzar la
calle siguiente los tres pájaros se corrieron un poco hacia la cara del señor
Scoch para hacerle lugar a un copetudo cardenal que llegó volando desde la rama
de un árbol y al apoyarse sobre la nariz casi hizo que se cayeran los demás.
Enseguida, sobre la punta de la nariz interminable del señor Scoch se posó un
nervioso gorrión que continuamente movía la cabeza mirando para todos lados.
El señor Scoch
entró a su trabajo, la emisora LT30 Radio General Zapato con los cinco pájaros
parados sobre la nariz. Al verlo, el portero pensó que estaba soñando un sueño
disparatado, lleno de pájaros, como suelen ser los sueños más lindos.
Pero no era un
sueño.
Scoch pasó a la
cabina de transmisión, se sentó a la
mesa cuidando que su nariz y los pájaros no golpearan en el micrófono, pero
cuando iba a saludar a los oyentes le dio el primer ataque de una enfermedad
llamada, según supo después, “manía mentirosa”.
Queridos oyentes
–anunció el señor Scoch sin sospechar que estaba atacado de manía mentirosa-,
como muchos de ustedes ya sabrán, esta tarde llegará a la Costanera una bandada
de chanchos voladores.
Se trata de una especie de cerdos muy comunes
en el norte de China, donde llegan a pesar más de 400 kilos y a tener alas de
25 metros.
Esta bandada de chanchos voladores fue
sorprendida por un fuerte viento cuando volaba sobre el Mar de la China,
desviándose en su vuelo hacia nuestras costas. Se estima que alrededor de las
cuatro de la tarde estarán en Buenos Aires.
Debido a este extraordinario acontecimiento,
el gobierno ha decretado feriado para que todos los habitantes puedan
disfrutarlo.
Una vez que hizo este anuncio, el señor Scoch
sintió el temblor de la nariz y notó luego que ésta se le achicaba veinte
centímetros. El gorrión, que era el último pájaro que se había posado sobre
ella, dio un pequeño salto, agitó sus alas y remontó vuelo, saliendo a la calle
por una ventana de la emisora.
Esa tarde, miles
de personas se agolparon en las veredas e la Costanera. Algunos sostenían
carteles que decían:
¡BIENVENIDOS
QUERIDOS CHANCHOS!
Había cientos de
vendedores de garapiñadas, helados y salchichas, pero los que más vendían eran
los que ofrecían unos graciosos chanchitos de goma con alas de seda. La
multitud esperó varias horas en la Costanera sin que llegaran los chanchos
voladores anunciados.
En la radio se
armó un gran escándalo. El mismo Director General de Radio General Zapato llamó
al señor Scoch a su despacho y entre
respetabilísimos insultos le ordenó que fuera a visitar a un médico, al doctor
Miocardio Suero, para curarse de esa extraña enfermedad que le hacía decir
disparates.
El señor Scoch
salió de la Radio hacia el consultorio del doctor Miocardio Suero, el médico
más caro de Buenos Aires, de quien se decía que podía curar cualquier
enfermedad y que cierta vez hasta había logrado que hablara un sordo.
A poco de
caminar, Scoch sintió que la nariz le temblaba, y enseguida le dio el segundo
ataque. Detuvo a un diariero y le contó que conocía a un señor tan cuidadoso
que cuando se le caía el peine al piso lo llevaba al dentista para que le
fueran revisados los dientes.
El diariero lo
miró sorprendido y más se asombró al ver que Scoch se le volaba uno de los
pájaros, el cardenal y se le achicaba la nariz.
En la cuadra
siguiente le dio el tercer ataque. Le contó a una monja que dentro de una
cajita de fósforos tenía un caballo tan pero tan pequeño que para hacerlo
galopar de un extremo a otro de un escarbadiente debía permitirle descansar
tres veces y darle agua en baldes hechos con cabezas de mosquitos.
La nariz se le
achicó otros veinte centímetros, se voló el loro, y la monja cayó desmayada.
Caminó otra
cuadra y le dio el cuarto ataque. Le contó a un estudiante de violín y a dos
viejitas gemelas que el año anterior, jugando al fútbol, tiró un penal con
tanta fuerza que la pelota rompió la red del arco, atravesó el paredón de la
cancha, derrumbó varias cosas, voló sobre el mar, perforó la vela de un barco,
y siguió, y siguió, hasta esa misma mañana en que le avisaron desde un país
africano que un elefante la había cabeceado devolviendo el tiro, así que la
pelota llegaría a Buenos Aires aproximadamente en diez meses.
La nariz se le
achicó veinte centímetros y se voló el canario rojo.
Por fin el señor
Scoch llegó al consultorio del doctor Scoch llegó al consultorio del doctor
Miocardio Suero, de quien también se decía que cierta vez había logrado estirar
los ojos de una corta de vista hasta convertirla en largavista, y hasta había
hecho de un tartamudo un tartahablante.
A pesar de estar
acostumbrado a las cosas más increíbles, al ver al señor Scoch el médico se
quedó casi paralizado de asombro ya que jamás había sabido de una persona con
una gaviota parada sobre la nariz.
Scoch narró al médico cuanto le había ocurrido,
desde que al levantarse notó que su nariz había crecido un metro hasta el
problema de los disparates que le salían involuntariamente.
Miocardio Suero
se quedó pensativo, adoptando una expresión que parecía de loco rematado pero
era de pura inteligencia. Poco después se retorció el fino bigotito izquierdo y
le dijo al señor Scoch:
-Su enfermedad
se llama “manía mentirosa”. Si antes tenía un metro de nariz y al decir cuatro
mentiras se le achicó 80 centímetros, quédese tranquilo porque cuando se le
ocurra el último disparate su nariz volverá al tamaño normal.
Scoch se alegró
muchísimo y le preguntó cuánto debía abonarle por la consulta.
-Bueno… -dudó un
instante el doctor Suero, y enseguida agregó-: ¡Regáleme un coche y listo!
-¿Cómo? ¿Un
coche? –preguntó el señor Scoch, desconcertado.
-Sí, sí… un
coche –repitió Miocardio Suero, el médico más caro de Buenos Aires, de quien
solía decirse que en una oportunidad había extirpado una pena de amor del
corazón de una solterona.
-¿No le parece
demasiado? –insistió nervioso el señor Scoch.
-Es que soy muy
famoso. Me conoce todo el mundo.
Entonces Scoch
sintió un conocido temblor en la nariz, e inmediatamente se acercó al médico y
le dijo:
-Querido doctor
Suero. Usted me ha curado y yo quiero recompensarlo como se merece. Un coche me
parece muy poco para un profesional como usted, de quien se comentan no sé
cuántas hazañas que en este momento no me vienen a la memoria. Casi no puedo
creer que cobre tan barato. Ahora mismo voy a dibujar en un papelito el plano
de un tesoro que está enterrado muy cerca de aquí, a metros del Obelisco. Este
secreto me fue revelado por un pirata amigo que casualmente se encuentra
navegando por Madagascar. Si usted sigue correctamente las instrucciones se
hará dueño de un cofre que contiene joyas y alhajas.
-Ajá… -se quedó
pensando el doctor Suero-. ¿Y pepitas de oro? –preguntó ansioso.
-¡Por supuesto!
Cientos… ¡qué digo cientos… miles de pepitas de oro!
Los ojitos del
médico brillaban de entusiasmo, refulgían de avaricia, mientras Scoch trazaba
unas líneas sobre un papel.
Cuando el mapa
estuvo listo, los dos hombres se abrazaron emocionados y luego Scoch salió del
consultorio. Su nariz acababa de volver al tamaño normal.
Al achicarse la
nariz, la gaviota tomó vuelo y voló y voló hasta sobrepasar los edificios y
convertirse en una manchita blanca sobre el cielo azul.
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